jueves, 4 de junio de 2009

¿POR QUÉ ALABAMOS AL SEÑOR?


Pertenezco a una Comunidad de jóvenes y adultos en donde nos reunimos cada semana con el fin de además de tener un encuentro personal con el Señor, oramos, leemos su Palabra, y por supuesto nos congregamos con otros hermanos que tenemos el mismo sentir. Pero hay algo que siempre ando repitiendo y es que nosotros hemos sido creados para alabar al Señor. Definitivamente creo que los salmos de David son el mejor modelo de alabanza a nuestro Dios, todos ellos están llenos de una riqueza espiritual y de un profundo sentido de rendición ante el Señor. El salmo 146, en el verso 2 es claro: “Alabaré al Señor toda mi vida”. Dios nos quiere así, convencido estoy que la alabanza al Señor no debe ser solamente cuando congregas en la reunión de tu Comunidad o en alguna celebración. A Dios se le debe alabar siempre. Cuando tienes grandes momentos, alaba al Señor; cuando estás feliz, alaba al Señor; es más en los momentos más difíciles de tu vida, alaba al Señor; sin importar las circunstancias de vida que toca, sin importar los tiempos difíciles, aún cuando tengas un familiar enfermo, aún en la pobreza, aún en la desolación, en la soledad. Nuestra vida debe ser fiel reflejo de agradecimiento a Dios.

“No confíen en los poderosos, en simples mortales, que no pueden salvar: cuando expiran, vuelven al polvo, y entonces se esfuman sus proyectos”. (Sal. 146, 3-4)

¿Cuántas veces hemos depositado nuestra confianza en hombres? Gran error. Ellos nos fallarán, nuestra mirada debe estar puesta en Dios. Es decir nuestra alabanza durante toda la vida debe combinarse con la confianza total en nuestro Padre. Y es que la verdadera alabanza fluye cuando a Él le has entregado el control total y absoluto de tu vida. No confíes en otros, ni en ti mismo, porque nuestras fuerzas son pobres. Él es quien debe tener el control, Él debe manejar tu vida y si surgen dificultades, temores, problemas, preocupaciones, tristezas, verás como es Dios de misericordioso que esas situaciones se revierten a favor tuyo. Porque el Señor tiene grandes maravillas para quienes confían en Él. De eso estoy seguro.

“Él hizo el cielo y la tierra, el mar y todo lo que hay en ellos” (Sal. 146, 6).

¿No es motivo de alabanza también? Muchas veces nos quejamos porque hay demasiado calor, y cuando hace frío igual, nunca estamos contentos. Al Señor hay que darle gracias por la creación y agradecidos con Él por todo lo que hay en ella. Y aunque todo lo creado desaparecerá, El Creador siempre será eterno.

“El Señor libera a los cautivos, abre los ojos de los ciegos y endereza a los que están encorvados”. (Sal. 146, 8)

Todo aquel que no se ha entregado a Jesús y no le da el control total de su vida, todo aquel que sigue pecando y no se arrepiente de ellos, se encuentra encerrada espiritualmente. Pero el Señor dijo: “El Espíritu del Señor sobre mí, porque me ha ungido para anunciar a los pobres la Buena Nueva, me ha enviado a proclamar la liberación a los cautivos y la vista a los ciegos, para dar la libertad a los oprimidos”. (Lc. 4, 18).

¿No es acaso un buen motivo también para alabar al Señor? Jesucristo vino para salvarnos, para liberarnos, para que veamos, para que entregar su vida por nosotros que somos pecadores.

¿Por qué alabamos al Señor? Jesús le respondió: "Retírate, Satanás, porque está escrito: Adorarás al Señor, tu Dios, y a él solo rendirás culto. Entonces el demonio lo dejó, y unos ángeles se acercaron para servirlo”. (Mt. 4. 10-11).

Lo alabamos para que el demonio se aleje de nuestras vidas. El diablo quiere que las almas se pierdan, por ello debemos de pedirle al Señor que se apodere de nuestras vidas y que expulse a todo tipo de mentira que el demonio nos quiere poner, para nos libere de toda atadura a causa del maligno, para que limpie la mirada. Sólo así los ángeles de Dios vendrán para servirlo junto con nosotros.

¿Por qué aplaudimos en la alabanza? La Palabra de Dios nos lo enseña. “Aplaudan, todos los pueblos, aclamen al Señor con gritos de alegría”. (Sal. 47,1)

¿Por qué levantamos nuestras manos? Porque así bendeciremos el nombre del Señor: “Eleven las manos al Santuario y bendigan al Señor”. (Sal 134. 2).
“Porque tu amor vale más que la vida, mis labios te alabarán. Así te bendeciré mientras viva y alzaré mis manos en tu Nombre”. (Sal. 63, 4-5)

Porque el Señor, nuestro Dios, nuestro creador, merece una perfecta alabanza, porque eso quiere nuestro Dios, porque Él quiere que le demostremos nuestro amor así. Y Él así lo quiere: “Quiero, pues, que los hombres oren en todo lugar elevando hacia el cielo unas manos piadosas, sin ira ni discusiones”. (1 Tim. 2,8).

El Señor vive en la alabanza de sus hijos, por ello querido amigo, a Él debemos adorarlo y alabarlo en todo lugar y durante toda la vida, y que nuestra alabanza sea la mejor con nuestras manos aplaudiendo, levantando las manos, con nuestras voces, con la música, con todo nuestro ser: “Alábenlo con toques de trompeta, alábenlo con el arpa y la cítara; alábenlo con tambores y danzas, alábenlo con laudes y flautas. Alábenlo con platillos sonoros, alábenlo con platillos vibrantes, ¡Que todos los seres vivientes alaben al Señor!”. (Sal. 150, 3-5).

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